sábado, 18 de enero de 2014

Down on the corner Creedence



Lo que siempre soñé, seamos francos. El sueño de cualquier hombre que se precie de tal. Irse diez días a una playa desierta, acompañado por una mina nueva que está buenísima. Como ha influido el cine en todos nosotros. Pensaba en el viaje y la primera imagen que se me venía a la mente era la de Adriana y yo caminando porla playa, de pantalones cortos y pollover, acompañados de un perro muy peludo – confieso que no sé de dónde carajo podría haber salido ese perro – en un atardecer un tanto gris y ventoso. Esas playas extensas, anchas, desoladas, agrestes y rectas, en las cuales uno puede caminar y caminar sin detenerse hasta llegar a Tierra del Fuego. Con médanos, pequeñas cercas de madera semipodrida y arbustos achaparrados.
No sé si vi algo así en “Julia”, aquella película donde JasonRobards hacía de DashiellHammet y la Vanesa Redgrave era su esposa escritora que se iba a completar una novela a un sitio parecido. Vanesa Redgrave o Jane Fonda, alguna de las dos era la esposa
O tal vez en aquella película en blanco y negro de la nouvelle vague francesa, sin música de fondo, donde los intérpretes, siempre preocupados, siempre angustiados por algo, hablaban con monosílabos a intervalos veinte minutos.
Digamos, nada de playas tropicales con palmeras y gente en catamaranes. Nada de negros bailando calypso bananero, nada de minas en bikini jugando con una pelota enorme. Algo más austral, más profundo, más sensible, más auténtico. Mi segundo pensamiento sobre el viaje era siempre el mismo: Adriana y yo revolcándonos en la cama, haciendo el amor ferozmente en los lapsos libres en que no caminábamos con el perro peludo.

Roberto Fontanarrosa

Una playa desierta

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