lunes, 25 de diciembre de 2017

Creemos en George

El primer disco de estudio de George Michael salió a la venta en 1987 y se llamó “Fe”. Un muchacho hermoso, integrante de un dúo exitoso, ídolo de miles de adolescentes y adorado por los medios de comunicación pretendía salir del molde para soltarse de la matriz de producción pop. Sin dudas, había que tener mucha fe en las puertas de la anestesiada década del 90 para semejante salto al vacío. Pero esto solo fue el comienzo para el divo revolucionario que hizo todo lo que hacen los chicos malos y feos, pero enfundando en los trajes mas caros y brillantes. Para romper el hielo debutó con un primer corte de difusión llamado “I want your sex” que fue el paso inicial de una larga carrera contra la censura que lo acompañaría mucho, mucho tiempo. A pesar de los obstáculos, “Faith” la rompió: Vendió millones de discos en todo el planeta, hizo giras convocantes, metió números unos por aquí y por allá y los fans de Wham! permanecieron fieles a su lado. Todo parecía ir muy bien, el formato videoclip en plena moda y su carisma eran la pareja perfecta. El futuro le auguraba luces y esplendor, pero él decidió que no. Eso sería lo fácil, lo obvio y, sobre todo, sería una mentira de sí mismo.   






Su segundo disco se llamó “Listen without prejudice” y, una vez más. el título se convirtió en una profecía auto cumplida. No quiso rodar más videoclips, se negó a realizar promociones de prensa y le dijo a Sony que no en cada pedido insistente. Alguien tenía lo que todos querían y, sin embargo, se negaba obedecer por la sola razón que eso no lo hacía feliz. El mismo hombre que pudo conquistar el universo con un uso abusivo de su imagen prefirió que solo escuchen su voz. Era una bomba sexual y pedía a los gritos que lo dejen ser sensible. Podía ganar millones y más millones, pero se peleaba con la compañía discográfica porque no respetaban sus tiempos creativos. Se llamaba dignidad y sería muy costosa en una época en la que el mundo se dividía entre oscuridad y frivolidad. No era fácil y no le importó. 




La justicia tampoco fue compresiva y rechazaron su demanda. George perdió un juicio contra su compañía disquera en 1993 porque a la corte no le interesaron sus argumentos sobre monopolios, derechos de autor o regalías. Entonces se declaró en “esclavitud artística” y el mundo se quedaba con la boca abierta. Nadie se había animado a tanto y sus fans no tuvieron nuevos discos por los siguientes cinco años. Cuenta la leyenda que el dolor convertido en ira, como suele ocurrir, fue el motor para de la batalla legal. En los años más desgarradores del HIV amigos y amores partían por igual con la pena y la impotencia del caso. George no fue la excepción en el club de las perdidas dolorosas, pero justo en esta parte de la historia, algo increíble iba a suceder, algo que nos marcaría a todos para siempre… 


El 24 de noviembre de 1991 el mejor cantante de la historia de la música moría de SIDA en Londres. El 20 de abril de 1992 la comunidad musical británica, con algunos invitados de otros países, brindó un show masivo llamado “The Freddie Mercury Tribute Concert”. Queen en pleno, sus canciones y cantantes de primerísima línea de todos los estilos al frente de la proeza de ocupar rol de Freddy. Pocos recuerdan lo que hicieron los demás porque George Michael, una vez más, nos devolvió la fe. El concierto, transmitido en simultaneo a muchísimas naciones de todo el planeta (Una excepción por aquellos años) se detuvo en el tiempo. La versión de “Somebody to love” fue un antes y un después, una tromba de amor por el arte justo en el medio del corazón de la multitud que estaba en Wembley y de los millones que miraban por TV. Alguien a quien amar es la canción que cantaba Freddie y que se convirtió, luego de esa tarde, en un himno. El himno que dice que la muerte es mentira, que nadie se muere si otro lo ama y vive para cantarlo.


La carrera artística de George Michael continúo aún a pesar de la prisión contractual con Sony. En 1996 se liberó y editó el disco “Older” y, en 1998, declaró públicamente su condición de homosexual. Los discos siguieron en continuado y los escándalos también. Ser gay y contarlo, para variar, fue solo el comienzo. Levantó la bandera del “sexo anónimo”, tal vez el nuevo “amor libre”, en su versión de fin de siglo. Siguieron un derrotero de denuncias y arrestos por actos inmorales y el regreso de los videoclips con renovadas motivaciones: Parodias de orgías con policías uniformados en baños públicos. Su controversial vida privada transformada en cómic rotaba en continuado por las cadenas musicales de televisión. Buen tiempo después continuaría interpretando el hit “Outside” vestido con el traje de las fuerzas de seguridad en los escenarios más prestigiosos del planeta. George Michael se transformó, desde 1981 en adelante, en el mayor motivo de orgullo de la comunidad gay, porque el cartel de ícono le quedaba muy chico.   

Cuando el 25 de diciembre de 2016 nos enteramos que George Michael se había ido, la tierra se nos detuvo. Algo nos pasó que fue mucho más fuerte que el simple lamento por la partida física de un ídolo. El divo de nuestra juventud dorada se fue como vivió, en un golpe de impacto a la realidad. Aún persiste la sensación del trono vacío, ese sillón triunfal que decía “EL MEJOR” tenía su nombre en el respaldo y nadie más lo ocupó. Y nos quedamos pensando si quedaría algo en pie de los años felices, porque cuando un artista amado se va, muere un poco el mundo que conocimos. Uno de los amores inolvidables de la vida de George partió demasiado joven y él le escribió, y dedicó durante toda su vida, la canción “Jesus to a child”. Tal vez por eso su círculo se cerró en Navidad…    

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